Entre todos los cielos sin esperanza alguna, el hambre no tiene límites. No tiene estrella, es descalza y padece frió; el hambre tiene el tinte de todos los colores en la cara y parece llorar de rabia. Sus nubes son estratos que se vuelven imágenes efímeras y en la imaginación de los niños parecen helados o espumillas. El hambre no tiene calles ni avenidas, el hambre es una emboscada. El hambre acecha hasta que mata el alma, y luego las luces se acaban. Las manos de los poetas son delgadas, las manos de las madres y de las viudas lo son aunque sueñen en la experiencia del ayer. Señores muy serios van tras una caja, muchas mujeres van detrás oyendo el llanto de los recién nacidos. El hambre no tiene ojos, pero mira. El hambre es un vació en los intestinos pero además un vació que nos ciega. El pan de las panaderías es un paraíso sencillo, sin dioses ni amos, y sin embargo hay símbolos hermosos esculpidos en los libros. La tortilla en los cómales es un anticipo de la vida. Los maizales y sus hojas iluminan a las mujeres, las visten. Los panes y los peces son compartidos día y noche en todo el mundo y en todo el universo el misterio de la multiplicación es natural y secreta. Un Mesías nace diariamente y resucita por los hombres. Un pan es alimento y símbolo, de la entrega y de la sangre, de las manos y los hombres que trabajan y no piensan. La muerte también tiene su parte de la noche, pero ahora los hombres han comido y duermen, ya no sueñan, solo viven su suerte.
lunes, 27 de octubre de 2008
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