martes, 21 de julio de 2009

DON BARON (HISTORIA COMPLETA II)


—No tiene ninguna ambición —dijo mi padre—. No sé cómo como puede levantar la maldita cabeza y atreverse a mirar a la gente a los ojos.
—Me gustaría que dejara de mascar tabaco —dijo mi madre—. Lo escupe por todas partes.
Charles Bukouski, La senda del perdedor.


Esa mañana llegó vestido con un traje gris, con lentes oscuros. Bajó de su automóvil con el ímpetu de un corredor cansado, sosteniéndose, como todas las mañanas, su espalda maltratada por los esfuerzos. Me saludó y, jaló la baranda. Llevaba en las manos una bolsa llena de fotos, que según sus cálculos pesaba un poco más de veinticinco libras. Las llevaba con el pretexto de enseñárselas a un tío suyo en un casamiento, pero sé que unos de sus motivos era enseñarme las aventuras de su juventud. Me senté en esa silla negra y lo vi sacar un álbum negro donde estaban las primeras fotos que me iba a enseñar. Me había hablado en otras oportunidades sobre su madre, una mujer mayor que era muy maltratada por su marido. Me había contado que el había trabajado para ella más de veinticuatro años y había tenido la bendición de poder darle todo y sentirse en paz. Era obvio que le había ido muy bien, pues su negocio era grande y tenía clientes por toda Guatemala. Ahora miraba las más de treinta fotos de su madre en cama. Su rostro era el rostro de una mujer anciana, con todo el pelo canoso, con la mirada de extraviada en las memorias del pasado o de un tiempo paralelo en el fuera posible la contemplación atónita de toda una vida. A simple vista era una mujer en camisón, siempre entre la cama, sobre almohadones, fotografiada con la servidumbre y visitas ocasionales que posaban sobre su cama sonriente como si estuvieran en un cumpleaños. Eran muchas fotos de mujeres que trabajaban en su servicio personal, que en muchas aparecen abrazándola o con sus hijos sentados a la par. Este señor, ahora tenía setenta y siete años y me había hablado muy bien de su madre con un sentimiento de añoranza o saudades como le llaman los brasileños a la nostalgia feliz del amor sincero irrecuperable.
Luego me pasó las fotos antiguas en blanco y negro de su juventud. Me sorprendió la diferencia de rasgos en casi ochenta años. Me dijo que pareció de menos edad siempre. Lleno de amigos posaba con infinita soltura frente al flash como si fuera actor de Hollywood. En la mayoría de las fotos aparecía en grupos de amigos, vestidos de traje, con su risa abierta y cordial y, además con la ilusión incierta de la ingenuidad de alguien que piensa que jamás morirá. Eran muchas fotos de fiestas y novias muy finas y hermosas; eran fotos donde aparecían amigos abrazados en fiestas de sociedad en hoteles o restaurantes. Eran fotos donde me señalaba con el dedo a sus amantes, affairs casuales y en ninguna parecía notarse su pasado. Vi una foto en la que esta con una que parece muy latina y me dijo que era su traidita y que tenía una hija. Luego en otra aparece con la niña en hombros y me dijo que la niña, cuando llego a los veinte años, había sido, también, algo de el. Así me hablaba siempre, con un descaró singular, con unas ganas de decir la verdad sin tapujos como ofendiendo las viejas costumbres conservadoras y luego yo le pregunté qué cuantos años tenía la niña ahora:
- Ha, yo creo –me dijo con una carcajada –que ya hasta está muerta.
- No le creo –le respondí –riéndome de la idea tan egoísta de pensar que la niña ya estuviera muerta. Pero luego razoné todo con otra conversación en la que me dijo, sin pestañar “yo a gente así, me dan ganas de matarla yo mismo, envolverlas en una bolsa negra y llevarlas a enterrar donde nadie los encuentre”. Entonces le recordé Greasse y los años sesenta con Silvia Pinal y Enrique Guzmán, porque ellos, en ese tiempo parecían así.
- Parecemos gansters, me dijo, como esas películas de Alcapone y Corleonne –me decía riéndose de las fotos.
- Parecen fotos tomadas por la CIA –le dije bromeando (y me di cuenta que sus frases oscuras eran sólo una forma de amedrentar o ganar respeto, como hacen los leones sin dientes con sus rugidos) y no una certeza calculada, tenia tanto tiempo de por medio que quizás hasta sus amigos gansters, habían sido, inevitablemente erosionados por los gusanos en un cementerio clandestino.

Me habló de putas y de que ahora tenía más de catorce años en un celibato voluntario. Que luego de ser PlayBoy, ahora se sentía muy sano sin hacer el sexo con mujeres y que eso lo tenía como una miseria humana. Yo siempre le escuchaba mientras me decía verdades y mentiras con la misma cara dura con la que yo le invente que tenía una mujer y una hija para que me aumentara de sueldo y para no quedarme más tiempo de las horas debidas. Pero en el fondo era una persona singular porque me contaba toda su vida sin omitir nada. Me enseño una foto de su hermana cuando eran unos niños:
- Ahí esta mi hermana, desde chiquita metiéndose el dedo –me dijo, y no me reí, porque sé que los niños son los seres más perversos, pero los viejos también, y a la niña sólo le había picado la piernita, así son los niños.
- Así son los niños –le dije, tratando de cambiar ese tema incomodo.

Aquí esta mi tío mira, y aquí mi prima y esta es mi sobrina, y este que esta aquí es el Sholon, y estos pisaditos, mira, ya son uno licenciado y el otro va a ser medico, anda por chile, y este es un hijo de una mi hermana. Fue una fiesta en mi casa. Yo nunca me quedo atrás mira vos, siempre en buenos lugares, es que, si vieras, yo por eso te digo, me dijo, que a vos te falta vivir hombre, tenes toda una vida mano, una vida por delante, una vida sana, una vida llena de alegrías, mira acá estoy en el Club de Oficiales, y aquí en el salón del hotel Marriot y aquí en el Camino Real, y esta, esta es mi novia mira, la reina de un concurso de belleza a la par suya, pero yo ya sabía que era en el fondo una vida inventada por la necesidad, que talvez si habría tenido una vida de fiestas juveniles muy bien pensadas para sus propósitos de propaganda.
Era una montaña de fotos las que junte frente a mi, y cada una con una historia distinta de una misma persona que se había cambiado de peinado como veinte veces y se había ido haciendo otra persona. Ahora era solo papel valido únicamente como un vale de su palabra avalándolas. Ahora era un viejito con tres hernias, preocupado por el tiempo fluyendo, con un terreno grande en la Carretera al Salvador, con los ojos tristes de recuerdos, con el fantasma de su madre persiguiéndolo, con todas las ganas putas de volver a vivir en otro, todo lo que ya había perdido viviéndolo. Nunca se casó con ninguna de las reinas de belleza. Allí están las fotos de un hombre que entrenaba natación, boxeo y karate, ahora solamente pesan veinticinco libras.


Guatemala 18/07/09

2 comentarios:

Miss Trudy dijo...

Asi son las memorias. Uno cree que son ciertas pero no son ciertas, solo son ciertas hasta donde uno las cree ciertas. Y cambian, claro, con el paso del tiempo por que ya no son memorias reales sino reconstrucciones de memorias que ya se nos borraron pero tratamos de conservar ...

Lester Oliveros dijo...

Estuve leyendo algo de Cardoza, y es increible que usted repita lo que esta escrito. Saludos y gracias por leer semejante mamotreto.

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