domingo, 16 de octubre de 2011

LIBROS SOBRE LA LLUVIA

He pasado ya siete meses viviendo en Ciudad Vieja.
Hoy precisamente llueve con un viento loco que azota los arboles frutales de las vecindades. Con esté día, ya se cuentan cuatro días de lluvia. Las paredes de los cuartos de esta casa están tapizadas con dibujos hechos por la humedad y mi almohada transpira gotas de agua. El río Guacalate se creció y se oyen noticias por todos lados de deslaves, derrumbes o carreteras en mal estado. Hace un año, para esta época atravesamos muchos kilómetros de Sololá a la capital de Guatemala con el alma en un hilo por la neblina y los hondos rompimientos del suelo. Hoy es sábado y mientras leo un folleto sobre un resumen de todos los Movimientos Literarios de la colección Salvat, editado en Barcelona en el año 1981, veo la gris constancia de cada gota de agua cayendo. Leo además el cuento de Edgar Allan Poe, El hundimiento de la casa Usher, y me parece que hubiéramos sido buenos amigos con el Edy.
Hoy, luego de tantos días suspendidos, como aislado, lejos de las calles de la zona uno que añoro a cada rato. Comer una pizza en Ex-Céntrico con un buen vino tinto, una exposición en Ultravioleta o una bebida en Café Casa, sólo me queda la Antigua y esperar a que acabe de llover.  Todo el cielo es de un celeste sucio y causa algo en el espíritu verlo por mucho tiempo. El sonido de las gotas al caer sobre las láminas o sobre el suelo es ensordecedor y da sueño, pero causa algo allá adentro que no puedo interpretar a primera mano, es algo intenso como un acorde de una guitarra clásica recién afinada.  La humedad se le mete a uno hasta el cerebro y se ahogan las ideas en esa constante nostalgia de luz. Pero ya me habían hablado de esta época del año en este lugar. Yo vivo en lo alto de cuesta, en una casa grande con un sitio al fondo donde Alicia ronda tras cuatro conejos, hay un árbol de jocotes que ya hoy pudimos probar en toda su madurez reciente. Hay también un ciprés pequeño y un árbol de Paternas, que son unas extrañas frutas blancas, esponjosas  y dulces que, como en el caso de las alverjas, vienen en una vaina.
La oscuridad llega. El ruido del agua cayendo sigue.  Me prepararé un café con leche muy caliente y leeré en completa paz con mis audífonos, Amok de Stefan Zweig.

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