lunes, 30 de marzo de 2009

SAVAGE FICTION


Entre la treinta y cinco avenida y quince calle, a la par de una casa de esquina, vive un hombre que caza perros, los mata y luego los limpia de vísceras y piel, para terminar haciendo una parrillada de chucho que se puede oler desde la catorce calle o desde la diez y seis, según la dirección del viento. En la casa de esquina, de la que hablo, vive un compañero de escuela (con el que jugábamos fútbol cuando las calles todavía eran de tierra), que vigilaba la metódica carnicería de su curioso vecino. Una tarde me invito a su terraza y pude ver la grotesca forma de vida de este hombre. Su cocina era una fogata rodeada de piedras y blocks, en los que aún permanecían, en desorden, todas las vísceras de su último almuerzo. La gente, que inventa mejor que los escritores, decían que el hombre se llamaba Jorge, que había perdido la razón por la droga, además conocían a su familia y decían que un hermano compasivo de su estado le había dado ese terreno para que el viviera como quisiera. Jorgito vivía como un ex –combatiente, o peor aún, como si aun estuviéramos en guerra y no hubiera otra forma de sobrevivir que comiendo perros. Los vecinos le huían porque además regaba sus propios excrementos en la acera de su casa. Su casa, donde dormía, su refugio, la mayoría de las veces era hecha con ramas de árboles y nylons, que según la temporada, cambiaba estratégicamente de lugar. Desde la terraza de la casa de esquina, vimos a un hombre de unos treinta y cinco años trabajando en sus herramientas de trabajo, como se habría hecho dos mil o tres mil años en la era primitiva. Era un salvaje viviendo entre una sencilla colonia urbanizada. Outsider, alejado de todos, solo y valiente. Era moreno, callado y solitario. Con la piel de los perros hacia bolsos y cinturones.
En una ocasión lo vi bajando por la Casa del Niño No.4. Ya llevaba su cena en una bolsa. Supimos que camina por toda la zona cinco en busca de perros callejeros. No vimos nunca como los cazaba. Me imagino que por las buenas, con pan o huesos, esos perros siempre andan hambrientos. Todavía vive a la par de la casa de esquina, la casa de mi compañero de escuela, ahora que todos nos alejamos de la zona cinco, los únicos asustados son los perros.

viernes, 27 de marzo de 2009

UN HOTEL A MEDIO DIA

Te recuerdo con tu vestido de luto, con flores, caminando por el cementerio. Llorabas y decías en tu llanto que no es posible que los hijos se mueran antes que los padres. Ya habías ido a muchos entierros en tu vida, pero ahora estabas dormida como soñando con la eternidad. El vestido de la muerte tiene flores tatuadas. En tu rostro no se adivinaba la angustia. Tus brazos descansaban luego de sostener hombres en brazos y dominarlos con un grito, luego de pelear contra la vida y cortar a machete las envidias de mujeres. Eras como una reina en harapos en aquel tiempo, pero la vida se dejo comprar por lo único que le ofreciste. Ahora ninguno puede creer que estés muerta. Yo pienso que duermes, creo que duermes y sueñas. Es imposible no recordarte sonriendo entre los indios en medio del mercado de Solola y verte bañándote en camisón a la orilla de Atitlán. Todo lo que me contabas del parque central y la catedral, la forma en que hablabas de cada calle, esas mismas calles que ahora perciben tus fantasmas entre las putas y los bolos y algún asesino sin fe, borracho, con una 48 entre el cincho. Toda esa Guatemala inventada que me regalaste cuando íbamos de compras. Madre. Patria Guatemala, gorda y franca, viva te quiero, estabas entre la sexta y la décima calle esperándolo, y luego bebieron unos tragos y el te llevo a un hotel. Un hotel a medio día. Cuantas semanas sin comer ni beber, y la calle en un sólo grito. Salieron a la hora con el alma tranquila y las manos entrelazadas.

sábado, 21 de marzo de 2009

CONVERSACION POR MSN con una Musa Colombiana de Rio Negro.


Para Karol Rojas hasta Colombia,
porque aprendió a volar sin más plumas que las manos.

Los escritores somos feos. No entiendo porque pueden cometer el sacrilegio de tomarle una foto a Gabriel García Márquez. Creí que nadie podría comprar una foto de algún escritor latinoamericano. A mi me gustaba ver fotos de paisajes, y por qué no, también de prostitutas de lujo con el conejito de PlayBoy, y algunas de cantantes mexicanas y Venezolanas, talvez algunas de esas modelos de Nuestro Diario, pero los escritores somos feos porque estamos llenos de sarro y de cálculos llenos de cascarones de barcazas antiguas como si fuéramos caracoles o cangrejos ermitaños, llenos de telarañas, llenos de musgo y ciegos de tanto leer libros, llenos de piedras de tantos subterráneos, y llenos de mujeres mutiladas y cabezas cortadas de mareros o sicarios con los ojos abiertos y sonrientes, llenos de calles y chicles.
Estamos llenos de una pasta negra parecida al petróleo y llenos de desperdicios. Estamos aislados de tanto estar tan cerca somos una cárcel muy bien transpuesta contra las urbes y las ciudades repletas de publicidad barata y anuncios de prestamos inmediatos, estamos solos y estamos perdidos, nos tratamos de matar a veces por diversión, estamos hundidos, hundidísimos, y perdidísimos, al final somos un poco mártires y lo malo es que nos gozamos con la idea de la inmortalidad en una sociedad que no sabe ni quienes somos y de qué sirve leer o la literatura, pero regresamos a nuestras pequeñas locuras y somos felices, vamos a la playa, le digo a todos, vamos, vamos. Vamos mujer, vamos a la mar, a verte entre la espuma y entre los corales, bucearte en fuego celestes y brazos azules, quiero verte empinada contra una burbuja y que sientas como brotan de la tierra los demonios con escamas.
Somos como dos extraterrestres, vos inventas señales matemáticas, y yo trato, desde otra galaxia a jugar con los planetas como canicas, me gusta mandar muchas estrellas fugaces a tus ojos, quemarte un poco con mi oficio, tratar de encontrarte entre mis juguetes favoritos.


Me encontraras en todas partes y no solo llegan estrellas fugaces a mis ojos, llega el mar que tu presientes y la luna que te habita como carroza y como habitación mediterránea.

La vía Láctea es muy interesante en el verano, cuando los patinadores siderales tratan de hacer slices entre todos; bailarinas cósmicas desnudas de luna, juegan con los Ovnis, pero eso es en verano, en invierno pienso en vos, y entonces salto de planeta en planeta y llego hasta tu tierra.

Me voy con vos, me voy con vos hasta desnuda, sin más pertenencias que la memoria

Es que estoy jugando con palabras, le digo, y la dejo escribir en el Messenger otra
línea.

Sueño Vangelis con una Foto de Antigua Guatemala


He llegado muchas veces a la Antigua[1]. He llegado como esperando una revelación. He llegado solo o acompañado. He dormido en pequeños hoteles para mochileros donde hemos bebido vino con los amigos y luego la luna se nos vuelve como una almohada llena de plumas de ganso. Me he enamorado en la antigua. He bailado. He caminado por sus calles. He sufrido de angustia, quizás ebrio, quizás harto y con dinero. Pero siempre he sentido algo por el parque. Alguna vez me quede por horas en el parque viendo salir de los pechos de las sirenas toda el agua de la tierra. He visto contemplativamente la catedral y sus santos parados y quietos, de piedra, antiguos y serenos. Como la música de Vangelis las copas de los árboles trascienden ante un tiempo inventado, las agujas y la música son parte de la temporada, pero las flores violáceas de la Jacaranda caen en un vuelo lento como aeroplanos etéreos, siguiendo siempre el instinto de las pasiones o del recuerdo, locas en alucinaciones cartográficas, lejanas de toda matemática, abstractas y sin lujuria, sino con esa música intermitente que las aves también respetan. El olor a mundo. El sabor de los planetas violados por los colores y el silencio. Las grandes estrellas que se refugian en el agua o los caminos con giros de serpiente. Los puentes que logra la flor son impredecibles y también, como dicen los poetas anodinos, imprescindibles para entender el parque y sus mujeres sonrientes. El bullicio es leve, el mar alcanza la plaza y nos baña con su fresca espuma de plumas.

[1] Antigua Guatemala, Zacatepequez.

La autoridad de la barbarie

Me ha parado la policía: ¿Documento de identificación? No lo traigo, respondo. (Los dos oficiales muy serios), uno de ellos alza un cuader...