lunes, 12 de octubre de 2009

BRASIL OLIMPICO POR ALAN MILLS


Colaboración de Alan Mills.
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Me queda claro. Clarísimo: poco sabemos realmente, latinos, apenas entendemos algo de ese espejismo inmenso llamado Brasil. Nos seduce, nos aterra. Y nos salva: hacia allá correremos ahora. Hemos comenzado a refugiarnos en sus embajadas. Ya sabemos que este ornitorrinco tremendo usará el pico para intimidar a los delirantes pirómanos de nuestra historia. Yo aprendí portugués trabajando para una empresa de mercadeo. Y luego llegué a disfrutar esta lengua en toda su dimensión plástica (sí, como si mirásemos los suspiros que forman las palabras por el aire), caminando esas calles adornadas de belleza, o bebiendo cervejinhas en Sao Paulo. A veces también me asusto. Pelé es un monstruo de dos cabezas: por un lado admiramos al niño negro que aprendió a jugar descalzo, pateando cocos desde las favelas hasta ganar varias copas del mundo; por el otro lado nos provoca un espanto singular mirar su cara de androide risueño hasta en las bolsas de comida para perro. Hay una intermitencia dialógica entre una dimensión visible de libertad corporal, alegría e industrialización, con otro mundo perdido, también llamado Brasil, donde pareciera que "bailan sobre cadáveres" y donde los nombres aborígenes son sólo nombres de calles perfectamente asfaltadas. Lo cierto es que hoy por hoy se vive la efervescencia olímpica por el Brasil, es la simpatía mundial, y hay un optimismo desbordado que hasta por momentos quisiera sugerirnos el final del sueño americano, para pasar ahora a construir la humanidad con la forma de un gran carnaval. Y nosotros queremos bailar con ellos, aunque nos miren con esa suspicacia de quien conoce bien los materiales con los que se arma el concreto que resiste a todo incendio. En ningún lugar se vive con tal intensidad la hibridez fronteriza entre los cosmos virtuales y sus efímeras, aunque intensas, chispas de materialidad sensual. En Brasil conocen muy bien la forma de crear proyectos acromegálicos y saben venderlos. Hay una fingida ingenuidad y un pragmatismo que podría sentar un modelo global de vida práctica. Política sin euforias, economía sin complejos: tecnología populista. ¿De verdad están bailando? A veces los brasileños nos piden que incendiemos algo, es verdad, pero finalmente lo interpretan nada más como si aquello fuera una instalación de arte. ¿Les gustará jugar con los pirómanos?, ¿construirán con los restos de nuestro desastre otro espectacular edificio en la Avenida Paulista?
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miércoles, 7 de octubre de 2009

CARLOS SALVADÓ/ AMIGOS


Carlos Salvadó se parece a Melville porque tiene cara de capitán de barco. De esos barcos que cruzaban el atlántico de America a Europa. Mide algo así como dos metros, pero para mi es más alto aún. Se deja la barba blanca y cuando camina, suele apoyarse en un bastón de madera, que parece una rama que el mismo hubiera cortado y barnizado. A las primeras palabras uno sabe, por alguna razón del corazón, que Carlos es noble y claro con lo que dice. La primera vez que pudimos hablar estaba de momento en casa de Simón Pedroza. Me contó, mientras le ofrecía una cerveza, que estaba viviendo muy feliz en San Juan la Laguna, dando clases gratuitas de matemáticas a sus vecinos, y algunos niños. Carlos es matemático y además suele decir, con mucho orgullo, que es un ateo sin problemas de entrar a una iglesia y disfrutar de la fiesta. Le gusta ir a la iglesia evangélica los domingos antes del almuerzo porque le gusta el baile y la alegría espontánea de los creyentes de San Juan. Esto es un rasgo definitivo de éste gran amigo de casi ochenta años, su libre pensamiento, su instantánea sonrisa de joven. Esa tarde en casa del poeta Simon Pedroza, hablamos sobre T.S. Eliot, y entre otras cosas, recordó un poema que se titula The Love Song of J. Alfred Prufrock, y del cual reproduzco un fragmento que el mismo Salvadó nos recitó:
Let us go then, you and I,
When the evening is spread out against the sky
Like a patient etherised upon a table;
Let us go, through certain half-deserted streets,
The muttering retreats
Of restless nights in one-night cheap hotels
And sawdust restaurants with oyster-shells:
Streets that follow like a tedious argument
Of insidious intent
To lead you to an overwhelming question...
Oh, do not ask, "What is it?"
Let us go and make our visit.
Carlos Salvadó no es un norteamericano común. Me contó que, para el tiempo que empezaba la infame guerra contra Vietnam, el no quiso ir y su negativa le costo la nacionalidad norteamericana. Sus razones me confió, mientras caminaba muy despacio por uno de los patios de la casa del poeta Pedroza. Fue un momento difícil, según me dijo explicándome todos los trámites que tuvo que hacer para recobrar su nacionalidad, y me di cuenta de la suerte que tenía de haber conocido a alguien tan valiente. El episodio del poema de T.S. Eliot se quedó imborrable, porque caminábamos por la 1era. Avenida de la zona 1, rumbo a una tienda a beber los primeros aperitivos de Quezalteca, que es una de sus bebidas favoritas. Cenamos todos juntos unos platos generosos de Shapsui y Chao Mein. Luego terminó la noche oyendo a un cantante urbano, maestro de la guitarra, bebiéndose los últimos digestivos en un restaurante chino.
Anoche lo volví a ver en el Parque Central, tan fresco, como si acabara de despertar, desde la última vez que nos despedimos.

martes, 6 de octubre de 2009

GASOLINA (BREVES ANOTACIONES) II


Le dediqué un espacio particular al último símbolo que veo en Gasolina.
El último símbolo es la trasgresión, que se refleja en uno de los actos más aborrecidos por el espectador latinoamericano. En la escena en la que el hijo le pega al padre existe este diálogo entre los amigos, en un momento de calma:
- Vos, ¿y porque le pegaste a tu papá?
- Ya me las debía, cerote.
- Como así que ya te las debía… Este pisado.
- Que… acaso vos nunca le has querido pegar a tus viejos.
- Pues, la verdad si, pero ya les pegué.
- Y, cuándo.
- Cuando tenía 5 años.
- Eso no cuenta, imbécil.
Definitivo el parafraseo, no recuerdo completamente los diálogos.

Al ver esa escena, una de las más oscuras de la película, salté del sillón y pensé en escribir algo sobre eso. La colonia en mi particular visión es un microsistema donde operan todos los poderes del mundo. La trasgresión es evidente completamente en la escena cuando el hijo patea a su propio padre. Pero esa escena, aún con la dureza que contiene, no es ni la mitad de la realidad que se vive por parte de uno o de otro bando generacional. Hace un año un muchacho en la colonia Venezuela de la zona 21, en un instante de ira, le disparó a su propio padre y lo mató. En otra ocasión yo mismo fui testigo de cómo un amigo le pegaba a su papá borracho y las imágenes, superaban por mucho la escena que filmo Julio Hernández. Pero la verdadera trasgresión no fue esa. El problema es complejo. El problema viene de los ejemplos de disciplina extrema a lo que muchos fuimos sometidos como una forma natural de corrección. Hay que relatar que en muchos casos los niños eran hincados en tapitas, o los padres les abrían, literalmente, la cabeza con lo que tuvieran en la mano. Y ésta es ya, una seria violación y daño permanente que con el tiempo degenera en una crisis de venganza. Ahí tenemos el caso de Chew Giron y la forma brutal de los acontecimientos en un hogar guatemalteco. El problema es complicado, porque está el bando contrario, el que dice que era necesario que se les corrigiera con esa crueldad, porque de no ser así serían peores. Es un problema de la condición humana y esta condición es variable. He conocido gente madura que agradecen a sus padres los golpes desmedidos como si les hubieran hecho un favor, sin darse cuenta de los graves problemas anímicos y de relaciones humanas que heredaron, sin darse cuenta que ese agradecimiento es más bien como un salvo conducto militar para seguir ensayando con los demás lo que les enseñaron a ellos. Muchos adultos de esa generación han quedado hasta lisiados por golpizas inhumanas que les dieron sus propios padres. El cantante Frances Georges Brassens, cuando era niño, fue encerrado en un armario por unas horas, como castigo por alguna desobediencia, cuenta la anécdota, que tras ese tiempo se desarrolló en el toda la rebeldía con la que después compondría las canciones más bellas y más líricas de su generación anarquista.
Esta escena de Gasolina es una de las primeras transgresiones que van a dar que hablar entre la generación más joven, a los que de alguna u otra forma ya ha afectado el dolor.

sábado, 3 de octubre de 2009

GASOLINA (BREVES ANOTACIONES)

El negocio del cine es macabro, grotesco: es una mezcla de partido de fútbol y de burdel.
Federico Fellini.


A Julio Hernández Cordon

He oído mucho sobre Gasolina, la película de Julio Hernández y todo lo que he oído, como suele suceder, son subjetivaciones, algunas a favor y, otras, como debe ser, en contra. Digo “como debe ser”, porque hasta ahora no he sabido de ninguna buena obra que no tenga sus detractores. Ayer la vi por fin en DVD y la fotografía me pareció maravillosa, aún mejor que cuando la vi en una sala de cine. El valor de esta película está en lo gráfico, en las escenas, las perspectivas, la luz, como un gran óleo proyectado. Es cierto que en casi toda la película los insultos y la violencia fluyen como un gran poema absurdo, pero también es cierto que en esa sencillez lingüística de estos pequeños hay poesía y sabiduría de la más elemental. Me gusta esa escena en la que ven el volcán de Agua y salta la pregunta de qué es un volcán, pues “un triangulo con un hoyo, imbécil”, responde el otro. La palabra imbécil etimológicamente tiene que ver con la debilidad de alguien para apoyarse en algo, según los romanos en un báculo, y luego esto deriva a la debilidad mental. En Gasolina el 90% de los diálogos contienen insultos que conforme la película va avanzando uno nota que es lo más honesto en toda esa apatía y desasosiego absurdo al que juegan como si fuera la única salida. Una rosa es una rosa, dijo Gertrude Stein, pero hay ciertos símbolos en esta película, que me atrevería a enumerar: la gasolina, la noche, la colonia residencial, el carro, los aviones, la playa, el chico asmático. Toda gran obra es recreada a base de obsesiones personales. Julio Hernández le dio libertad a estos contenidos latentes en esta película. La gasolina es un símbolo capitalista y por eso es vertido sobre el niño indígena que fue arroyado en la carretera; la gasolina se la roban como verdaderos ladrones subversivos. Por eso en la gasolinera, milagrosamente, siguen llenando todos los botes que desean, es un sueño hecho realidad. Los personajes cambian de valor porque a veces son guerrilleros y otras veces son el instrumento del establishment. Dualistas en el absurdo mundo que se desarrolla en ese pequeño país que es su colonia. La noche es siniestra y sospecho que tras ella, esta el poder del verdadero gobierno, la noche es la ignorancia permanente y hace que el lenguaje tenga ecos mitológicos, por ejemplo en los diálogos de Petronio y Aristófanes existen esas sátiras sobre la mala educación de los jóvenes y la decadencia del gobierno. La colonia residencial es un pequeño sistema de gobierno que estos poetas analfabetos luchan por transgredir. La pelea con el guardián en la garita es memorable, grandiosa. Me gusto también, repito, el gran arte visual que se maneja. El carro es un símbolo del progreso industrial, y aunque tampoco es de ellos, es en el vehículo donde se imaginan en avión y alucinan que van volando. La poesía de hoy esta siendo movida por el capitalismo. El avión es un símbolo del éxito y la búsqueda de estar lejos, en otro mundo. Ellos ya tienen una mala imagen de Guatemala, su lenguaje es una protesta contra el hoy en Guatemala, el lenguaje es la espalda reflejada de las instituciones y la corrupción, la falta de apoyo, la soledad más inhóspita. La soledad se ve muchísimo en cada uno de los personajes. En vez del avión, la playa. La playa es el símbolo del amor recuperado, el mar es el útero donde nos engendraron, el mar es la nostalgia del origen y la esperanza del mestizaje, la incubación infinita de este injerto que somos los jóvenes guatemaltecos.
La película que hizo Julio Hernández es una metáfora con varios referentes, el asmático, su agonía final, es el exorcismo de todos los temores de éste gran cineasta, que finalmente debía pasarle algo bueno, ganar un festival.

jueves, 1 de octubre de 2009

VIVO EN LA ZONA 1


· Cené a eso de las nueve de la noche, porque me aconsejaron en la casa, estar antes de las diez mientras me daban una copia de la llave. Cené una hamburguesa, Coca-Cola y un Hula-Hups, mientras veía los cuadros del segundo salón de la casa. Al frente un cuadro de un paisaje de alguna campiña europea en verano; a un lado un cuadro de una niña con un perro Cocker Spaniel de alguna raza pelinegra. Hay un altar con un Jesús con las manos alzadas y, en lo alto, una foto de una señora que aún no sé quién es, posiblemente la dueña de la casa, o mamá de la chica que me a recibido el pago. La chica es morena clara, parece severa aunque es muy joven, tiene un rostro hermoso con unos ojos dulces y una sonrisa peligrosa para un joven que quiere permanecer escribiendo el mayor tiempo posible.
· Por la noche, salí a vagabundear por allí. El pasaje estaba con un ambiente raramente de fiesta. No sé decirlo de otra forma. Hay muchos que beben los miércoles. Estudiantes, empleados, vecinos, artistas o turistas, bebiendo un día miércoles como si fuera viernes o sábado. El Gran Hotel sin un alma. Crucé por la esquina y me sorprendió ver una fila de guardaespaldas vestidos de negro, y consecutivamente escupían uno tras otro como si bostezaran. Tenían una cara de aburridos y se divertían viéndole las nalgas a las que pasaban, así fuera una empleada de algún restaurante hasta una trasvestie en su fiesta pagana. Caminé de regreso con un ánimo parecido al de los marinos cuando divisan tierra. La Catedral iluminada parecía tan exiliada de todo. Las champas de los manifestantes, corriendo con sus mantas al rededor del Palacio Nacional. Vi sus caras. Eran mujeres maduras con sus hijos morenitos y sus frentes brillantes.
· Hoy por la mañana me encontré con el profesor Manuel Chacón, más conocido como Filochofo. Le grite desde la avenida “maestro”, y se detuvo (en realidad fue mi maestro de matemáticas en el Tecún Uman). Me habló de su garabato más famoso y sobre una de sus hijas que busca apartamento en la zona 1. Si alguien sabe de uno avísenme, yo le paso el dato. La luz de la zona uno por las mañanas es hiperrealista, la noche es lírica y parace un cuadro de Paul Delvaux.

Picto—grafías

Hace años, Javier Payeras me dio el consejo de leer el ABC of Reading de un exiliado norteamericano en Paris, llamado naturalmente: Ezra...