sábado, 28 de agosto de 2010

REKASHAISOM


Aquel día viernes, tras una larga fiesta que se prolongó hasta la madrugada, estaba totalmente desvelado, y esperaba llegar de vuelta a Panajachel lo antes posible. Me lavé la cara con agua fría y me sentí aún entre dormido y despierto. Había dormido suficiente después del almuerzo y por eso llegué tarde al muelle de Santiago Atitlán, pensando que a bordo de la lancha podría al fin descansar. Mientras me acercaba, llegaban a la orilla tres cayucos cargados de tejido y pescados con una cuerda de nylon entre la boca y las agallas y parecía un espectáculo para fotografiar.
Un grupo de mujeres tzutuhiles se reunieron a vernos partir, con sus hijos a la espalda, amarrados con perrajes de colores. Serios, pacíficos, inmóviles, el grupo de hombres con la cabeza amarrada con su`ts, también nos miraban, aunque con expresión distinta. No parpadeaban.
No quería dormirme precisamente ahora, entre tan sublime escenario. Intenté abarcar el lago con la mirada para retenerlo en un futuro en que mi alma necesitase de un recuerdo tan maravilloso como aquel. Metí la mano en el agua intentando recordar la agradable sensación del frío y retrasar el sueño. Un tímido rayo de sol escapó momentáneamente de entre las nubes inflamadas, que parecían cerrarse con violencia por el viento que soplaba. El rumor agradable del lago se convertía por momentos en un amenazador e incesante ruido de golpes que chocaban contra la lanchita. Las olas movían el bote con violencia mientras los pasajeros se acomodaban aún en sus puestos para afianzarse entre el vaivén. Algunas mujeres parecían asustadas, y parecían disimular muy bien frente a todos. El conductor subió a bordo con ayuda de una muleta. Tenía una cicatriz desde la frente hasta el pómulo. Era un muchacho moreno con una mirada huraña.
– ¡Suba, que nos vamos! ¡Salimos para Panajachel ya! –gritó con impaciencia a un hombre que dudaba si subir o no, mientras miraba la irregular superficie del lago.
La mujer sentada frente a mí, me sonrió amablemente. Tenía una mirada azul, profunda y graciosa. Llevaba la cabeza cubierta por esos pañuelos de hilo que vendían en todas partes a los turistas y parecía estar tan asustada como yo del movimiento de la barca. Me sonrió de nuevo con embarazo y comprendí que no hablaba español. El viento le desordenaba el cabello todo el tiempo. Se acomodó el pañuelo, apretándolo con temor, mientras respondía las incesantes preguntas de su pequeña hija, que jugaba por cualquier resquicio de la pequeña lancha. La saludé en ingles y entablé conversación con ella, que me agradeció con más sonrisas. Se llamaba Elisa Bonfoid y viajaba con su padre, Francis, su hija Marie y su esposo (un tal Marck, que parecía molesto con todo y llevaba muy ajustado el chaleco salvavidas). Elisa me habló del viaje que habían hecho a Chichicastenango y a Tikál. Le gusto mucho que escribiera en un periódico Español sobre lugares turísticos de Centro América.
– Hey mom, look at me! –Dijo Marie, de pie en el borde de la lancha.
– Be carefull, Marie! –Le advirtió el abuelo.
– Enough baby! Come here. –La llamó Elisa.
Una religiosa que iba a la par de la niña, ayudo a sentarla y la turista le dio las gracias.
– Se puede caer si sigue jugando en la orilla de la lancha. ¿De donde son ustedes? –Le preguntó en un inglés mal pronunciado.
– Somos de Estados Unidos –respondió ella en español.
La niña, Marie, era rubia, y sus preciosos ojos eran los ojos de su madre. Todos los pasajeros la miraban tan encantados, que trató de agradecer el atento auditorio poniéndose en pie y robando al sol un destello dorado que hizo su pelo brillar como el borde en una antorcha encendida. Llevaba un vestido de flores amarillas cuyas puntas movía en un gracioso baile, feliz de concentrar la atención de los pasajeros, que se distraían con alivio del movimiento peligroso del bote.
La madre miraba a lo lejos el muelle de Santiago, y casi escondidas, allá en lo pardo del horizonte, la fila de mujeres tzutuhiles esperaba que terminara de oscurecerse el cielo.
– ¿En cuánto tiempo llegamos abuelita? –Preguntó un niño.
– Espero que pronto. Esta lancha se mueve mucho –respondió la señora de cuerpo abundante.
– ¿Puede el lago voltear la lancha? –preguntó el niño.
– Si la voltea, ya no vamos a llegar a Solola –dijo ella, con naturalidad, asustando a su nieto y provocando la risa general.
– ¿Pero vamos a llegar pronto?
– Sí, ya te lo dije –respondió la señora.
A lo lejos, en la orilla del volcán, las casitas de Santiago se iban difuminando contra las rocas grandes que formaban las montañas y sus tonos terrosos. Quería abarcarlo todo en mi memoria, pero los detalles eran infinitos. Como si fuera a pintar un cuadro, pensé en recordar las montañas que bordeaban el lago, partidas en cuadros de verdes diferentes, el gran volcán Santiaguito, azul contra la tarde manchada de amarillos dulces y verdes difuminados como al pastel, el lago agitado cambiando de luz, la gente del bote hablando en silencio, resueltos por brochazos rápidos. El ruido del moto y la espuma con un hiperrealismo ardoroso.
– Look that, pretty bird! –Señaló la niña.
– Oh, yes, honey! –Dijo Elisa.
– Es el pato Poc –respondió una señora –tienen suerte porque se ha extinguido.
– It’s a duck of Atitlán… ¡Is so funny! –Tradujo la extranjera a su hija.
Un grupo de patos volaba a ras del lago. El sol se hundía por un costado del volcán, cansado, como si se fuera derritiendo en sus lomos. Pensé en los viajes en barco por el Atlántico, que no parecen tener la magia de una lanchita sobre un lago íntimo como el Atitlán.
– ¿Do you know Aldous Huxley? –Preguntó Mark a su esposa.
– Yes. Is an English writer –respondió la mujer, sin mirarle a la cara – why?
– Because he described this lake as the most beautiful place in the world –dijo él. Ella pareció no escucharle.
– Watching the landscape… ¿Don’t you feel the sensation we have lost something here?
– I don’t know, what you mean.
– Don’t you miss something like a bit of heart? –dijo ella.
Al oír aquella conversación personal, sentí una repentina opresión en el pecho, como si hubiese recibido un disparo que me hubiera traspasado. Era imposible no escucharlos hablar y traté de ocuparme en cubrirme de la brisa.
– What do you mean? –Preguntó él.
– Nothing, never mind Mark –concluyó Elisa.
La señora miraba con especial desencanto hacía el lago. Le sonreía a todos cordialmente. Llevaba una vestidura maya bordada a mano, pero sus facciones eran mestizas.
– ¿Parece que se nubló? –dijo.
– Si –le respondí –esta atardeciendo muy de prisa.
– A estas horas nunca es bueno cruzar el lago –me dijo, viéndome acomodar mi mochila para descansar mi cabeza.
– No sé –le respondí –es la primera vez que lo hago.
– Yo no puedo faltar a mi casa –me confió –pero pienso que el lago esta muy revuelto.
– ¿Usted vive en Panajachel? –Pregunté.
– No, yo vivo en Solola.
El pequeño me miraba con curiosidad.
– Éste está asustado por el xocomil –me susurró, señalando con sus ojos al niño.
– He oído muchas historias sobre eso ¿qué es?
– Mire, piensan que es una historia sin fundamento, pero todos los que vivimos por acá, sabemos que es cierto –me dijo con seriedad –muchos pescadores que osaron faenar por la tarde, ya no volvieron; sus mujeres los buscaban por todos lados, pero nada, hasta que descubrieron que era el xocomil, mucha gente se ahogó, por un mal viento que se arremolinaba en medio del lago y se tragaba lo que fuera, desde siempre, muchas mujeres le rezaban a los dueños de las nubes, el cielo y el viento, para que los devolviera, pero debajo del lago, los ahogados y sus espíritus esperan la noche para que no se vean sus sombras al sol, jalando los botes al fondo –me respondió.
– Y... ¿será cierto? –le pregunté con verdadera curiosidad.
– Pregúntele al patojo del bote. Perdió su pierna en la hélice de una lancha y por poco se mata. Eso lo sabe todo el mundo.
El muchacho tenía amputada la pierna a la altura de la rodilla y el pantalón le colgaba del muñón. Se volvió con agilidad, como si supiera que hablábamos de él.
Rodeado completamente de montañas y volcanes, lejos, se veían las hermosas casitas de los residentes. Más arriba, casi sobre las montañas, unas mansiones agarradas entre las rocas, hechas de cristal y madera, donde no se veía a nada más que árboles y flores. Parecía que los que vivían allá llevaban una vida perfecta rodeados para siempre de la belleza natura.
Recordé, como un ensueño, el viaje por los pueblitos alrededor del lago, cuando fui invitado al llegar a Santiago Atitlán por unos colegas periodistas. Sin darme cuenta cerré los ojos y acomodé la cabeza sobre la mochila. Imaginé la celebración. Tendría lugar en la casa de una familia atiteca que se dedicaba al cultivo de café. El motivo fue el cumpleaños de la Señora, que cumplía cien años de edad al otro día. Rememoré aquella conversación como si la estuviera viviendo.
– ¿Cien años? –. Le pregunté al colega.
– Si, no lo dudes, se le ve la experiencia, se ríe de todo.
– ¿Cómo en los tiempos bíblicos? –pregunté intrigado.
– Tendrías una gran historia si te contara su vida.
– Su vida no la podría contar en una tarde, en cambio la formula para vivir tanto si –dije.
Me vi llegando por la mañana y subir una gradas de granito cubiertas de hojas masticadas por los pasos. Las hijas de la señora me recibieron en la puerta. Eran ya unas mujeres maduras y resignadas a no casarse, como me enteré después. Me invitaron a entrar y frente a mí, en la tenue luz de la habitación, una mujer anciana, recostada sobre enormes almohadas de seda, me esperaba. Me contaron que no oía muy bien por causa de un rayo que cayó en su patio. Era amable con los invitados, y parecía que uno de mis compañeros le había anticipado mi visita y me recibió con tanta familiaridad que parecía que me conocía de años. A la primera pregunta que le hice, supe que iba ser interesante, porque me respondió de manera tan lúcida y agradable, que me dejo sin una duda de que era todo un personaje local.
Su esposo había muerto en alta mar. Me contó que luego de haber levantado todo el negocio del café, una tarde se fue sin despedirse y le dejo firmados todos los papeles legales, y una nota de que regresaría en tres años. Nunca regresó. Así que la mujer se había vuelto con los años la mujer más rica del pueblo. Pero lo que más me llamo la atención fue que a sus cien años, tenía buena memoria, contaba chistes, cantaba canciones rancheras y se reía como una pequeña pícara cuando decía malas palabras. Supe que sus padres llegaron de Madrid poco después de la invasión, pero no me dijo en qué fecha, ni me supo decir cuándo había llegado a Atitlán sus ancestros, pero me quedó muy claro que en aquella tierra logró una vida singular. Sus tres hijas se ocupaban de todo en la casa. Eran ellas quienes la vestían y conservaban la tienda y la casa limpia, la cual era grande, con un basto terreno desde donde se podía ver el lago. Los cuartos eran amplios y de sus paredes colgaban fotos de santos y vírgenes.
- ¿Por qué no se han casado sus hijas? –Le pregunté al final.
- Ellas dicen que no, pero… ¡Si usted viera…! Meten a los hombres por debajo de las puertas –no me atreví a preguntarle si aquello era cierto, pues las hijas parecían tolerar las frases de su madre con gracia.
Aquella noche la vistieron con sus mejores ropas y la sentaron en una gran mesa que habían llenado de flores en la sala principal de la casa. Llegaron invitados de muchos lugares. Estaba como una niña feliz, mirando a todos, llena de alegría, y aunque a menudo se le dificultaba el hablar, su expresión lo decía todo. Una sola mujer lideraba la cocina, era una joven morena con unos ojos de egipcia y un escote atrevido; me miró pasar para el fondo de la casa y me dijo con dulzura “joven, allí espantan, tenga cuidado”. Sin embargo caminé hacia el patio abierto de la casa, en cuyo cielo podía ver todas las estrellas boreales. Orión se alzaba construido de luces. (Los mayas creían que cada hombre nace con un nahual, o animal protector. Me habían dicho que mi nahual era la serpiente. Me parecía una creencia similar a la cosmogonía china, en la que mi signo era el dragón, que es también una serpiente con plumas. Así, ensimismado por los vapores del alcohol, empecé a crear vínculos de una civilización a otra, tratando de solucionar las simetrías, aunque al final de la noche me pareció que perdía el tiempo).
Escuche un grito que me despertó al instante. Salí de mi ensueño y pude ver a la hija de la extranjera hundiéndose en el lago. Esto me devolvió a la realidad. La mujer se tiro al lago sin pensarlo. ¡Fue tan inesperado…! ¡Y se podía ver un enorme y sobrecogedor remolino en medio del lago! Todos sentimos temor de inmediato. La sensación de que algo grave iba a suceder me sobrecogió.
– ¡El xocomil! –Gritó la señora a la par mía.
– ¿Puede hacer regresar el bote? –Le pregunté al conductor.
– ¡No puedo acercarme tanto! ¡Podría hundir la lancha! –Me respondió.
La mujer lograba salir y al momento volvía a hundirse. El vestido de flores de la niña, Marie, ya no se veía por ningún lado. Me quite los zapatos y la camisa.
- ¡Si entra al lago ahora ya no podrá regresar! Me agarró la señora.
- ¡Alguien tiene que hacer algo…! ¡La mujer se ahogará!
Me arrojé al lago. Me sumergí en el agua fría y nadé hacia donde había visto a la mujer. Estaba braceando sin apenas fuerzas contra la fortísima corriente y sólo pude ver sus ojos angustiados en un momento que el agua pareció retirarse. Buscaba a su hija a ciegas. Exigiendo un esfuerzo más a mis exhaustos brazos, la agarré y logramos salir a la superficie. Ella me gritó que no regresaría al bote sin su hija.
- ¡El lago es oscuro y tiene muchas corrientes! –Le grité, pero la comprendía demasiado bien y no pude seguir reteniéndola.
Se sumergió de nuevo. Nos habíamos alejado de la lancha. Esperé que volviera a salir del agua para avisarle que estaban llamándonos, pero no volvió a salir. Nadé con dificultad, deseando con todas mis fuerzas que saliera del agua delante de mí. Pero no hubo milagro. La adrenalina me recorría mientras me debatía, si continuar braceando bajo el agua o, acudir a la seguridad del bote mientras aún podía. Las fuerzas decidieron por mí. Desesperado, golpeé las olas inútilmente con mis brazos agarrotados, pensando que iba a morir. Cuando estaba a punto de rendirme, una fuerza tiró de mí hacia arriba. Era el cojo, que, tumbado sobre el bote y a punto de hacerlo zozobrar, había sacado medio cuerpo fuera para asirme. A duras penas logramos subir de nuevo.
– Where is my daughter? –Me gritó Francis, agarrando mi pecho mientras yo aún boqueaba en busca de aire.
– El lago esta furioso. Le respondí en voz baja. No encontré más respuesta que esa.
– Shit! This is terrible! –Gritó Mark, rabioso, golpeando la embarcación con su puño hasta sangrar.
Ambos parecían debatirse entre el miedo y el deseo de arrojarse al mar por ellas, por mucho tiempo que hubiese pasado, pero los tripulantes les agarraron, abrazándose a ellos entre sollozos agitados.
La lancha era como de papel, ante el remolino. Francis y Mark aún esperaban que aparecieran, pero por más que el muchacho alumbrara con su linterna, no había rastros de nadie. Me pregunté si la luz no atraería las almas de los difuntos, pero no me atrevía a comentarlo en voz alta.
Les dije que podían regresar con las autoridades en un barco con medios, para empezar una búsqueda, mientras hubiese esperanza, pero nadie lo creía ya.
Todos los que íbamos en el bote sentimos pena por los turistas. Pero el conductor atemorizado por la hora y la fuerza del remolino, y aliviado porque el motorcillo consiguió alejarnos de él, temió que pasara algo peor.
– Voy a volver con ustedes, luego de avisar a la policía –les dijo –les aseguro que ellos no tardaran en acompañarnos.
Se le veía preocupado, frotándose el muñón con insistencia, como si sintiera la cercanía de su otra mitad. La religiosa seguía en oración, con un rosario en la mano. Una mujer lloraba sin parar, y el hombre que la acompañaba, la abrazaba sin poder decirle nada. Después de un tiempo que a todos nos pareció una eternidad, empezamos a ver las luces del pueblo de Panajachel y toda la gente sintió alivio, aunque todos callaron.
– Hay ángeles buenos y malos en el lago. Me susurró la señora, con cuidado de que su voz no llegara a los abatidos turistas.
– ¿Qué quiere decir?
– Que hay espíritus ahí.
– ¿Usted cree? –Dije con el corazón en un puño, intentando no traslucir mi pánico.
– Usted no sabe, pero hay ahogados muy antiguos ahí –me dijo –y siempre están ahogando gente. Es… como si tuvieran hambre. ¿No ha sentido usted deseos de ahogarse? ¿de unirse a ellos? ¿No lo sintió cuando se lanzó al lago? ¿No los oyó?
No podía creer que esto estuviese pasando en mi interior, pero al cabo de un momento y un fugaz examen de conciencia, mi razón se vino abajo.
– Si… Por un momento –respondí.
– Ya ve… Si usted va al mar, ahí pasa lo mismo.
– Tiene razón.
Recordé la fila de tzutuhiles viéndonos partir. ¿Sería su mirada una advertencia? Vimos los muelles de madera vieja, sencillos y prehistóricos. Un grupo de jóvenes encendía una fogata en la playa. El rumor del lago era perpetuo, como si llamara a alguien perdido. Los turistas esperaron al conductor del autobús que les esperaba y subieron corriendo en busca de ayuda de las autoridades.
– Really, thank you my friend –me dijeron los dos turistas con apretón de manos.
– Good luck, and hope –les respondí.
Una pareja de enamorados se besaba en otro muelle. Me quede escuchando el lago, poniendo atención a sus palabras e intentando traducir lo que querían decirme para que nunca se me olvidara, pero las voces eran tan fugaces que solo oía las risas jóvenes en la playa.

Fotografìa de Jaime Permut

sábado, 21 de agosto de 2010

ENTREVISTA A EDUARDO JUÁREZ EN EL RUBI-




“Guayo tiene la conciencia negra igual que yo
y por eso somos así tan dark,
por llamarle de alguna manera…”
Edgar Andaverde, artista plástico.

Me viene a la memoria –ahora mismo –la imagen clara del hombre que un noticiero filmó antes de soltarse de algún puente. Me llegan en ráfagas los titulares más crueles de los periódicos y las imágenes que miraba de niño desde la calle hacia el barranco de La Limonada en la zona 5. Todo esto es cada cuento de Eduardo Juárez, a quien conocí un sábado por la tarde en las Cien Puertas, vendiendo su mejor libro por cinco quetzales. Luego logramos platicar para esta entrevista. Cuando le pregunté por qué empezó a escribir, no dudó en responderme “por una mujer que me dejó”. Es casi inevitable que una mujer no ronde siempre la cabeza de un artista. Eduardo Juárez es un fotógrafo de paisajes sucios. Sus personajes son brutales victimas, santos o demonios proscritos que no les queda de otra. Los cuentos tiran a novelas, pero se quedan en un final original aunque siempre punzante. Los personajes trascienden por ser marionetas al servicio de una filosofía de desastre. Y todo esto, por una mujer que se transformó con el tiempo, como un ser de acá y del otro mundo: en la ciudad de Guatemala, en la mujer geométrica, sórdida, enamorada y prostituta que es en esencia lo que escribe Juárez.
Estamos sentados en un restaurante chino que se llama El Rubí. Eduardo, se da cita desde hace mucho tiempo. Es su oficina, como el dice. A la par suya esta su amigo de aventura: Wilson Espinosa (un muchacho sencillo y que trabaja en los camiones amarillos del basurero central). Es alcohólico y se abstiene de beber; lo he encontrado comiendo una hamburguesa y opina sobre personajes que Eduardo conoce. Eduardo bebe un vaso de cerveza colmado, de donde advierto subir en caravana muchísimas burbujas, que juntas se vuelven espuma. El Rubí es un restaurante chino de esos que han colonizado el centro. Vende cerveza a buen precio y además, según un buen amigo, los mejores camarones con semilla de marañon de la zona. A Eduardo eso no le interesa mucho. Me habla, antes de la entrevista, de lo bien que se siente en el lugar, porque muchos de sus amigos –que son innumerables personajes –pasan frente al local y puede saludarlos y platicar un momento con cada uno. Empiezo preguntándole por qué empezó a escribir:

Eduardo Juárez: Empecé a escribir –me dice sonriente –porque me dejó una mujer. ¡Esa mujer, ahora mismo…, no sabe a quién dejó!
Me recuerda la escena de los buenos bebedores de Velásquez. Su pelo es negro intenso y tiene unos ojos grises, claros y reflexivos que contrastan con las abundantes cejas oscuras. Tiene una estatura promedio y camina también como Max Araujo, con su abdomen de pastor protestante.
Léster Oliveros: ¿Qué libro te ha afectado más en la vida?
E.J: Empecé a leer en California, en una época que me dio hepatitis. Jorge, mi hermano, iba a poner una venta de libros usados y tenia almacenados más de 5,000 libros en la casa, entré los que encontré a Doestoievsky. Otra cosa que influyo tanto como los libros fue que al regresar a Guatemala, nos juntábamos muchos en el Ton San, un restaurante chino donde conocí a varios que me recomendaron muy buenos libros. Entre los que llegaban estaban los pintores Alejandro Urrutia, Mundo Robles, Juan Francisco Yoc, Luis Robles, Julio Lohengrin, Jorge Felix, Francisco Auyon, un par de economistas, abogados, ingenieros y otros cuantos locos. Las platicas eran muy buenas.
L.O: ¿Cómo concebís una Guatemala imaginaria?
E.J: Una donde el chiclero publiqué libros, las prostitutas en lugar de estar en la línea gobiernen el congreso, los poetas y los bolos estén en el Corte Suprema de Justicia. Guatemala es un infierno lujoso, donde el presidente podría ser Seleno el personaje de Retrato de Borracho con País. Así seria más honesta una patria, porque hasta ahora ha sido eso, pero maquillado.
L.O: ¿Quiénes fueron tus primeras influencias?
E.J: Como te dije, Doestoievsky. Luego Bukowsky, Chuck Palahniuk. La literatura irlandesa: Samuel Beckett. Además de: Greg Bottoms, Bill Drummon, Mark Manning, Irving Welsh, Mark Spitz.
L.O: ¿Sabías que en la entrevista que te hizo Ronald Flores escribió Check en lugar de Chuck?
E.J: No, no me fije en eso.
L.O: ¿Literatura francesa has leído?
E.J: Muy poco. Camus: El Extranjero.
L.O: ¿Lees más en ingles o en español?
E.J: Leo mucho en ingles, pero también en español.
L.O: ¿Cuál ha sido tu primera borrachera?
E.J: Mi primera borrachera en realidad fue en una galería a la que fui con mi hermano y llegué todo chara porque estaba lloviendo y me había caído. Pero recuerdo una memorable… que fue un viernes. Me habían regalado una bolsa para mi computadora; borracho, buscando un hotel, dos ladrones quisieron robármela porque pensaron que llevaba algo de valor. Uno de ellos me dio una patada en los huevos. Sólo así la solté y, en el forcejeo por la bolsa, el maldito me rompió la manga de la camisa. Aún así seguí chupando, hasta que me quedé descansando un rato sobre la grama de la municipalidad. El sol me quemó un brazo y después allí andaba yo con un brazo negro y el otro blanco.
L.O: ¿Eduardo para vos qué es el lumpen?
E.J: La clase más baja, obrera, que está a penas sobreviviendo. Algunos tienen trabajos informales, y otros tienen que ir a trabajar a maquilas, y a otros les pela y chupan, dejan de trabajar un par de días y ya están en la calle.
L.O: ¿Qué es algo realmente mierda de la sociedad?
E.J: Los mensajes dobles, como el Gobierno que dice que tratan de resolver los problemas y nada; solo siguen hueviando y, la clase que tiene pisto es otro mundo, un mundo dividido.
L.O: ¿Alguna vez una puta te ha parecido una virgen?
E.J: No, yo por masoquista siempre me he metido con las putas mas feas que he podido encontrar, unas me agradan, otras no me han caído bien.
L.O: ¿Cuántos nombres de putas recordas?
E.J: Ya hace mucho tiempo de eso. Pero recuerdo unos nombres porque me parecieron buenos nombres de batalla: Yamilett y Scarlet.
L.O: ¿Te hace gracia ver pornografía?
E.J: Talvez cuando andaba jalado, la lujuria se aumentaba por un rato, luego me aburría… por lo irreal y sombrío. Pero a veces si me sacaba de onda y acababa preguntándome ¿qué onda?
L.O: ¿Cuál es la mujer de tu obra que podría ser la mujer ideal?
E.J: No hay ninguna mujer IDEAL en mi obra… talvez la tortillera que viene en este libro Expocisión de Atrocidades, pero no esta elaborado el personaje, es una tortillera evangélica.
L.O: ¿Cuándo publicas tu próximo libro?
E.J: El jueves 26 de Agosto en el Palacio Nacional de la Cultura. Van a musicalizar un fragmento con un montaje escénico y una exposición de pintura con gente como Alejandro Urrutia, Ixquiac Xicará, Andaverde, El gato Porras, Manolo Gallardo, Marvin Olivares, Cesar Pineda. Además van a comentar la obra mi hermano, Juan Juárez, Sergio Valdez Pedroni y Javier Payeras.
L.O: ¿Cuándo empezaste a escribir esta novela?
E.J: Fíjate que fue en el 2004; me acuerdo que Andaverde preparaba también sus primeros bosquejos. Escribí, según yo, tres cuentos. Escribí el primer capítulo de Retrato de Borracho con País, el primer capítulo de Exposición de atrocidades, y el otro cuento ahora mismo no recuerdo bien. Pero en aquel entonces no lo sabia, hasta que empecé a desarrollarlo luego de escribir el Retrato de Borracho con País.
Le digo a Eduardo que me impresiona el montaje de la presentación y me dice que su nuevo libro termina en una exposición en el Palacio Nacional. Esto une la ficción y la realidad como un performance insólito donde el escritor podrá alucinar con otras variaciones del final.

Nota final:
Eduardo Juárez, antes de presentar su libro, paso 16 meses bebiendo. Me cuenta que estaba hastiando. Empezó a jugar con la idea de matarse tomando porque pensaba que su obra no hacía eco en ningún medio, que todo seguía igual, que a lo mejor no valía la pena nada de lo que había escrito. Bromea diciéndome que hubo una etapa en la que les decía a todos “soy un escritor con estoque para que nadie me chingue”. Ahora que lo termino de entrevistar estamos en una cantina vacía y limpia de la colonia la Reformita. Eduardo, más claro y en paz consigo mismo, se termina una Pepsi contándome que su visión ahora se ha transformado.
Caminamos por las calles humildes de un solo piso con puertas de madera, con historias urgentes todas, hablando de la proverbial Carmen Matute y su voz dulce, los cuentos absurdos hasta la nausea de Chuck Palahniuk y al fondo vemos un sujeto tratando de caminar dos pasos sin caerse al suelo.



Guatemala Agosto 2010
Lester Oliveros Ramírez
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lunes, 16 de agosto de 2010

FALSA MUERTE


El hombre se acercó hasta nosotros y nos preguntó si nos podía servir en algo.
- Ando buscando a una persona –dijo ella. Caminaba sobre la grama de un extenso camposanto.
El hombre era un vendedor. Le pidió los nombres y apellidos del difunto. Caminó unos pasos y luego giró haciendo una señal con su mano derecha. Vimos la lápida. El vendedor de traje azul nos extendió inmediatamente, luego de algunas preguntas de rigor, un plan de servicios funerarios. Lo vi irse caminando, sorteando los restos enterrados directamente en la tierra, adornados con flores de plástico que limitaban perfectamente el rectángulo de su propiedad. Había diferentes decoraciones que parecían hechas por niños ayudados por gente mayor. En conjunto el camposanto era una exhibición de manualidades y, sólo se percibía la vida a lo largo del cementerio por los restos coloridos de una infinidad de materiales. Me acosté en la grama recién cortada. Ella limpiaba con agua las lápidas. Me miró. Cortó con destreza los tallos de las flores y decoró el sitio. Yo miraba al cielo blanco de nubes ásperas tendido sin pensar nada. Pensaba en el fondo en algo absoluto para concebir la muerte. Me sentí de pronto en el lugar de mi entierro, pero fue momentáneo. Ahora estaba lúcido, con algunos años extra, oliendo a Shampoo y sintiendo todo todavía con la maravilla del descubrimiento. La muerte era falsa entonces. Estaba más vivo que nunca. Entonces me dijo:
- Estas flores son muy caras.
- Habría que ir a comprarlas al Cementerio General.
- Es caro morirse.
Al salir del cementerio vimos un letrero que decía:


PROHIBIDO APRENDER A MANEJAR AQUÍ


Es muy raro. A la par del cementerio había un parque de diversiones grandísimo y los gritos y risas, los ruidos más ardientes de la felicidad eran la música que adornaba las flores recien compradas
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martes, 10 de agosto de 2010

OBSERVACIONES SOBRE -USSA-LIBRO DE BENJAMIN ELIEZER


USSA, Benjamín Eliezer.


En ningún momento pensaré en escribir una nota crítica profesional. Eso, imagino yo, ya lo harán a su debido tiempo profesionales del idioma y expertos en la poesía mexicana de la primera década del nuevo siglo. Esto es más bien un listado sin numerar de observaciones generales.

-El libro de Benjamín vuelve el rojo y el azul de color negro.
-53 Estrellas sin una sola constelación.
-El coloso sin alas, con venas negras y casas blancas, cae en un estruendo que llega hasta el DF.
-El águila que anuncia el libro esta bastante desplumada, sin embargo grita nombres desde sus pantallas neón y vallas de carretera.
-El nuevo American Nightmare en un poco más de 64 páginas en una bella construcción personalizada.
-Dolly Parton, desgarrador concierto sinfónico, maternal y urgente, con el rostro más bello del marketing solar.
-Dibujos a tinta donde los rostros Históricos se transforman en poemas con gran resolución de imagen.
-Básico clamor del poema en el poema dentro del poema (Walt Witman mimetizado).
-Imposible voz que narra y cae en la trampa del poema (resuena Bukowsky ebrio).
-Lucidez que abarca y condena liberando voces donde se rompen los bordes de la bandera y se vuelve a zurcir el corte con el águila que muerde a la serpiente.


Guatemala 8 de Agosto 2010
Fotografía del autor del libro USSA

lunes, 9 de agosto de 2010

DOMINGO EN LA BIBLIOTECA


La literatura es fuego.
M.V.LL.

No me considero un ratón de biblioteca porque también disfruto la fiesta. La literatura sans poésie me aburre. Desde que tenía ocho años la poesía me marcó con un fuego que aún no se ni donde se origina. Mis libros favoritos son esos que hablan de maravillas. Me gusta la magia. Me gusta llegar a una biblioteca y perderme, porque sólo en esos laberintos de papel me he visto reencontrarme. Pero no quiero quedarme. Me gusta tanto la vida más allá de las letras. Sin embargo, puedo pasarme horas leyendo. Lo comprobé ayer. No sabía que la biblioteca abre sus puertas los domingos todo el día. Lo más interesante, a parte de la selección de lecturas que hice, fue el clima. En Guatemala el clima es uno de los eventos más comentados en el mundo. Del verano podemos pasar al más terrible invierno. La primavera es breve pero eterna. Siempre hay flores, siempre hay sol y siempre hay lluvia. Ayer llovió todo el día. Pero desde la ventana del edificio de la biblioteca todo se transformó. Se volvió un espacio íntimo de introspección. Hablaba con el otro Lester de la lluvia y de lo fascinante que era imaginar otros días lluviosos en otros momentos. La sala de pronto se volvió como mi habitación. Encendí un cigarro y pude ver a Ernesto Sábato y a Cabrera Infante llevar sus sillitas y ver conmigo la lluvia de un día de Agosto. Sábato es admirable. Fue en busca de un libro suyo que tituló: Apologías y Rechazos. Hablamos de Leonardo de Vinci. Quedé fascinado.
Cabrera Infante con esa su manía por el cine nos entretuvo luego de una conversación tan profunda, contándonos de su infancia en la Habana. Como se reía de sus travesuras, pero en el fondo, en la forma en la contaba todo, cada detalle, su habano tirando lentamente, me di cuenta que era la viva imagen de su libro: La Habana para un Infante difunto. Pero nos reímos más por dentro, viendo como caía la lluvia sobre los altos cipreses y los pocos carros estacionados.


-HORARIO DOMINGO BIBLIOTECA USAC 7:00 A 18:00 horas.

PD:
“¡Caga rápido Cristo viene pronto!”*
*Frase escrita en la puerta del baño de la biblioteca de la USAC.

Picto—grafías

Hace años, Javier Payeras me dio el consejo de leer el ABC of Reading de un exiliado norteamericano en Paris, llamado naturalmente: Ezra...