miércoles, 17 de febrero de 2010

CIELOS FALSOS (II)


En realidad me sentía en ambiente. Nunca me había sentido tan en ambiente en un lugar que ni conocía. Si, era el mas joven. Uno de los que se levantó a contar su testimonio me dijo que se acordaba del día que había llegado por primera vez. Me dijo (porque en realidad me hablan directamente), que había llegado borracho y con cinco centavos en la bolsa del pantalón. Otro que subió me dijo que había llegado con una cruda tan maldita que se había marchado a la media hora. Otro, caminó lentamente, mientras sus amigos le aplaudían animándolo a dar su mejor testimonio. Sentí como que los más viejos se ofendían que alguien tan joven llegara a alcohólicos anónimos. Pero uno de los mayores también dijo que ahí no están suplicándole a nadie que se quede. Era el más desgarbado. Empezó a contar sobre algunos de sus compañeros que dejaban de chupar una semana, y la otra semana se la colocaban. Una semana se curaban y la otra seguían. Así vivían hasta que se morían. “Si, es que esto del chupe sólo tiene dos caminos: la locura o la muerte; no hay de otra, a mi me gustaría… pero en serio te lo digo..., y mira, alegrar, contentar a un alcohólico es fácil, pero ojalá sólo un traguito se tomara… si yo, pero de veras…, si pudiera ponerme una gran soca por un mes y el otro mes para curarme, unas tres veces por año, y que en el trabajo me dieran permiso, yo lo hacia, no hubiera tenido necesidad de venir aquí”, me dijo, riéndose. “Ahora, si vos tenes una manera, de tomarte un trago y convivir sanamente y regresar a tu casa y llegar al trabajo contento, sano y con voluntad, ándate y luego nos venís a contar de tu triunfo…, pero de veras, te lo digo, honestamente seria muy difícil que te creyéramos”, me dijo, riéndose más fuerte que antes. Alguien pasó con un canastito pidiendo una colaboración y entonces fue cuando pensé que me había hecho una idea demasiado grandiosa de un centro como aquel. Al fin y al cabo sólo era una iglesia sin santos.

Al final de la cesión oraron un padre nuestro. Me despedí de los que me parecieron buenos cuentistas. Uno de tantos, el mas mal hablado y franco, me dijo riendo sinceramente:
-Ya no vengas si queres, por lo menos nos hiciste recordar a todos la primera vez que entramos por esa puerta.

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