lunes, 10 de mayo de 2010

FRAGMENTO DE UN FRAGMENTO (ESPEJO ROTO)

Fragmento IX

Siete años, piensa. Siete años pensando que no estaba en la tierra sino en su cuerpo virgen todavía. Siete años de placer como si fueran amantes. Escondiéndose de todos. Inventando itinerarios donde no los conociera nadie. Los últimos dos años habían sido más como amigos. Ya había pasado el primer fuego azul, sólo quedaba el rescoldo de unas brazas calientes y rojas. Se conocían tan bien que a veces no se hablan delante de la gente porque ya sabían lo que se estaban diciendo. Pero el tiempo seguía pasando tan veloz que cuando se daban cuenta, empezaban a dudar del alejamiento. Luna era de porcelana con unos ojos tan negros como si de dentro le naciera la noche. Siete años. Lo pensaba en su cama, semidormido, con la sabana en la cara. Sentía un temblor de cuerpo, el pulso raro y el miedo de que al abrir los ojos siguiera nublado su cuarto. Se había alejado de ella porque había adivinado demasiado tarde sus mentiras. No estaba enferma de nada, Luna era una buena actriz, que por demostrar que ha ella nadie la dejaba, actuando se hubiera muerto de verdad. Ahora pensaba que ella le enviaba efluvios mortíferos para que se terminara quedando para siempre muerto en aquella cama, en aquel cuarto de hotel, en medio de la ciudad más violenta, lejos de todo, como si fuera vegetal para no tener familia, como si fuera un reptil, un simple gusano. Recordaba todo desde el medio sueño, desde la última pesadilla, y hacía un esfuerzo tan grande para mantenerse vivo, que podía dejar de respirar involuntariamente. Pensó en algo tan abstracto como el suicidio. Pero pronto se dio cuanta que no era lo más elegante, sólo un impulso para vivir a pesar del daño. El cielo que recordaba de niño era azul, el cielo de grande era gris. Pero le dominaba el miedo y la tristeza. Dos sentimientos que podrían crecer tan dentro que no se podrían desenraizar nunca. Tengo que terminar con esto. Tengo que volver a ser el de hace siete años dijo, pero no pudo levantarse. Se quedo haciéndose el dormido, aunque no hubiera nadie. Sentía que había un observador presente, uno tan perpetuo y juiciosos que le daría vergüenza darle la cara. Un observador de si mismo, que siempre había estado esperando ese momento para verlo derrotado.

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