lunes, 6 de diciembre de 2010

DINERO FACIL ( I )




Desde hace un año estoy que quiero ahorrar por lo menos algo de mi pago en este viejo bodegón donde imprimimos revistas pornográficas. No tengo voluntad. Todo se esfuma a las doce de la noche en punto de un día después del quince o treinta del mes. Me he acostumbrado a todos los pesares por ello. Tengo que decir que me gusta leer. Pero creo que seria más exacto decir que me gustaba leer y ahora sólo llevo los libros bajo el brazo quizás como un amuleto. Pero fíjense que también me sirven para guardar dinero. Guardo tanto dinero en los libros como no tienen una idea. Hasta ese momento lo entendí. No como algo metafísico, apunto. Llevaba, para seguir con el relato, un billete café con olor a autentico billete de a cien.

“Volteo y oigo Wonder Wall y me imagino cuanto costara hacer una canción así de nostálgica y melodramática”

Pues esa mañana caminé para el trabajo, seguro por lo menos de tener ganas de seguir durmiendo y pensando en una que me tiene algo loco. Perdido en estos pensamientos cruce la calle sin darme cuenta que venía un bus. Casi me mata si no hubiera reaccionado inmediatamente después de oír la bocina de barco que llevaba, pero deje tirados los libros en medio de la calle. Una tras otra se iban volteando las hojas del libro más grande, el libro grande de Francés con el que pensaba pasar la tarde para no pensar mas en (…), lo cierto es que de pronto, como un milagro, veo que sale volando un billete de a cien quetzales, el billete, mi almuerzo, mi desayuno, un poco de tabaco, un billete por dios, ¡y de a cien! No pude quedarme quieto, salí en busca contra los carros, en carrera para tratar de arrebatarlo del frio y loco viento de diciembre. La verdad, lo alcancé. Pero tuve que sortear muchos obstáculos que a la vista de unas señoritas, fue absolutamente divertido. Soy un poco torpe para muchas cosas lo confieso con toda humildad, no con orgullo. Anoche precisamente, que logré por fin hablar con Selhene por una llamada de larga distancia, le conté este suceso y otros más divertidos, como que por estar pensando en ella olvidé mi bicicleta frente a una tienda, que perdí un libro de Toffler en un bar universitario, que estoy leyendo nuevamente a Bioy Casares con su Invención de Morel; muchas cosas realmente, contarle de mi pasión por Balzac y que quiero ir el otro año a ver la tumba de Julio Cortázar a Paris, el centro de la cultura material, el hipervínculo de los escándalos editoriales y Ciber-enciclopedicos, en fin, tantas cosas.

Esa noche, no quería volver a leer la prensa de hace una semana, y retomé el trabajo de limpiar mis libros, encontraba billetes de diferentes denominaciones según el idioma, hasta que junté un poco suficientemente grande y pesado para comprar un televisor.

“Oigo risas allá afuera, pienso inmediatamente en las señoritas detenidas contra el viento, muy sonrientes, con mi libro de francés, mi celular, llaves y billetera vacía, que deje tirada por correr tras el billete”.

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