jueves, 21 de junio de 2012

ESOS QUE SE BAÑAN CON ROPA


Casi a las 7 de a la mañana. Fumando. Estaba sentado en una de esas bancas de la sexta avenida cuando de pronto aparecieron dos robustas Testigas de Jehová, que me abordaron con esa forma empalagosa de presentarse; yo me sentía con una resaca terrible y tenía además muchas ganas de bromear así que lo primero que les dije fue que no sabían siquiera quién era Dios, y se sentaron cada una a mi lado mientras les hablaba del Corán, la Tora y terminaba enseñándoles, frente a nosotros, una obra de Eny Roland que en su voz original se llama “Adán y Esteban”. Las dos mujeres me escuchaban con una sonrisa en labios, no sé si por mi inconexo, aleatorio y sonriente discurrir, o por estar asombradas de estar allí tan temprano escuchando sobre arte y espiritualidad.  Esa fue una de las anécdotas que puedo contar de este mural de una mano con una manzana. Que me pareció un buen aporte popular y estético. No paso lo mismo con un torso que se instaló en almacenes Tropigas, siempre en la sexta avenida.
Esto me llevó a recordar una nota que años atrás leí por algún lado. Se trataba de un artista colombiano que  presentó su obra en New York, una ciudad que uno pensaría que ya no se escandaliza con nada, pero una mañana, levantaron un par de persianas y mucha gente se asombró de una mujer en una esquina, acostada en un taburete enseñando el pubis, rizado y tan real que a muchas señoras les dio envidia. Tanto fue que llamaron a las autoridades y cuando fueron a la galería a protestar, se dieron cuenta que la obra era un oleo y no una fotografía como ellos creían. Siendo así, la obra se quedó en el mismo lugar. La obra se defendió por si sola.  En el caso del mencionado torso, es el torso de un hombre, y de la misma forma sobresalía el pelo púbico.  
En este caso el de la boca abierta no habrá sido una mujer seguramente. Pero lo que más se discute es el poco respaldo de los organizadores de la Bienal para los artistas y el respeto a una obra terminada. El comercial en cuestión mandó a quitar dos hileras de hojas impresas. Hojas en blanco, hojas con tinta de impresora, inocentes hojas impresas que destacaban esa parte del torso que va cambiando de nombre. Ahora mismo se puede ver sin sus 50 hojas censuradas.
Lejos de la doble moral, yo veo un patrón que se repite. El que pinta, escribe o forma, y el que borra lo pintado, borra lo escrito y termina botando lo construido. Se ha dicho tanto ya de la censura y sus fractales pero yo ahondo un poco más en ese juego tan subconsciente de los guatemaltecos, de no interesarse por el otro, de no mostrar empatía por las manifestaciones, que en el fondo nos deben interesar porque arrojan una luz sobre problemas mayores: la violencia, la corrupción, la extrema pobreza. Yo creo que en ciudades como la nuestra esto seguirá pasando hasta que generaciones tolerantes y sensibles caminen por las calles. Hoy el Torso de Adán, que es como se llama esta obra de Eny Roland, esta incompleto.
Así me despido de las dos mujeres, que siguen sonriendo, con sus Atalayas en mano.  

Fotos de galería Urbana: acá.

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