viernes, 10 de enero de 2014

TODA CARNE ES HIERBA





Esta historia la he contado muchas veces, de muchas formas, a muchas horas, pero hasta hoy me levanté del sueño con cada palabra apuntada. Me la contó un guardia de seguridad privada, cuando yo era el encargado de un bar y en esas horas antes de las nueve de la noche, cuando ya todos ocupaban sus mesas habitualmente para beber, este señor se entretenía contándome sus anécdotas.
Empezó diciéndome que el nunca había creído en los fantasmas. Me dijo que en una ocasión que buscaba donde vivir con su mujer y sus dos hijos, llegaron a una casa, donde les advirtieron unas gentes que allí espantaban. El, escéptico por naturaleza, vio la habitación y le pareció amplia, iluminada y limpia, y pensó que eso le bastaba.
Vivió un tiempo sin notar nada diferente, hasta una noche que, sentados en su mesa de comedor, ya platicando con una vecina, no pudieron creer cuando esta vecina, trabó los ojos, cayó en trance con un gran golpe contra el piso. Luego se levantó ya siendo otra. Le cambio, así, delante de ellos, su voz, a voz de hombre.
Saludó, ante todos, dijo su nombre y pidió un trago. Una de las vecinas, amiga de está, llegó con naturalidad, diciendo que eso era lo que le pasaba a ella cada cierto tiempo. Les recomendó mandar a dormir a los niños y comprarle, no un trago, sino una botella. A todo esto, mi compañero, el señor guardia de seguridad, se recuperó frente a sus vecinas y le fue a comprar una botella a la endemoniada, todavía incrédulo. Lo tomó tan en broma que le empezó a hacer preguntas, sobre dónde vivía y de dónde venía que eran respondidas con lucidez y con una expresión de cansancio por parte de la mujer poseída. Incluso, la acompaño con unos tragos y fue todavía por una media botella. Al final, el hombre que estaba ocupando el cuerpo de la vecina se fue poniendo tan borracho que lo último que dijo antes de caer con la cabeza sobre la mesa, fue que regresaría al otro día a las cinco de la tarde y que les contaría el motivo de su pena. Atontado por los tragos, se derrumbó como al principio y tras una convulsión, la vecina regresó del trance como si nada hubiera pasado, incluso, sobria.

El guardia de seguridad que llamaremos Theos, se reía contándome que al otro día, precisamente a las cinco de la tarde, regresó el espíritu y, luego de ver para todos lados, se le quedó viendo con unos ojos de suplica cristiana y le pidió, lejos de toda lógica sobrenatural, un sopa de huevos.
Que pasen ustedes un feliz viernes.

Lester Oliveros Ramírez.

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