martes, 16 de enero de 2018

Charles Bukowski en un comedor




                Eran borrachines recuperados, un puño de pilluelos ansiosos, algunos rostros seniles y hombres desempleados, la gran mayoría revueltos con algunos migrantes centroamericanos. Entre ellos, aunque no lo pude creer en un principio, sentado muy cerca de la puerta, a la par de un tipo obeso casi descalzo, entre unas sandalias de hule desgastado, estaba Bukowski. Llevaba una chumpa de lona azul y una gorra que antes era blanca y ahora parecía una corona deshecha en desconsolados grises. Estaba sobrio y muy serio, quizás con ganas de pegarle un buen golpe a cualquiera de todos esos, que hablaban necedades mientras la lluvia afuera hacia estragos. No quise hablarle. Solo yo sabía, entre tanta gente, quien era aquel hombre de aspecto áspero y rudos pliegues faciales.
-          Es una mierda – leí que susurraba entre labios.
Era un invierno duro. Dos temblores, apenas temblores había derrotado ya las paredes de un centenar de casas. Con la lluvia y algunas sacudidas en algunos pueblos del occidente ya todo estaba de cabeza. Sin embargo nosotros teníamos la esperanza de una buena sopa y, por ser día del padre, una hamburguesa y un vaso de horchata.
-          ¡No puede ser compañeros! ¡Escuchen, somos hondureños y le acaban de robar a un hermano! Pero lo peor es que le robo un hondureño, su compañero de viaje al Norte.
-          ¿Cuánto le robó? –me atreví a preguntarle.
-          Cuatro mil dólares –dijo.
-          No puedo creerlo –le comenté a mi vecino.
-          Dos mil quetzales a lo sumo –me susurró con un guiño.
-          Una señora se tuvo que llevar al patojo que lloraba desconsolado por su dinero. ¡No seamos tan pura mierda! –gritaba el hombre, alegando por la bolsa de su compatriota.
-          No hay que llevar mucho dinero para pasar la frontera, a lo sumo mil quetzales –dijo un señor frente a nosotros. 

Bukowski callaba.
 

jueves, 11 de enero de 2018

Un lunch con una historia




 Divertido es que los bares, cantinas, colonias y hasta los hoteles tengan nombres grandes de países lejanos y hasta casi imposibles. Esta el caso de que ayer fui a Venezuela, de que pude dormir en el Atlanta y mañana podría quedarme en Texas, claro que la sola explicación le quitaría lo divertido al asunto. Pero no soy tan humorista.
Ayer fui a la colonia Venezuela, allá en la apretada zona veintiuno.  No sé cómo logra mi organismo aguantarme por tanto tiempo sin desayunar, pero en realidad cuando uno vive solo y solo ha comido chatarra y menudencias prefiere esperar a encontrar un milagro. Sucedió que al pasar por un local, ya en la colonia, salió una mujer a gritar con moderada histeria, hay almuerzos de pollo asado con ensalada rusa y papas fritas a doce. No tuvo que decir más, el precio y la imaginación hicieron el resto.
Sucedió que la señora era una conversadora agradable, que de entrada me hizo sentir cómodo y hasta logro que fuera por una Coca-Cola mientras ella terminaba de cocinar (en realidad yo iba a llevarme la comida a una fonda donde sirvieran cerveza). Me pareció que debí a informarle que si no hubiera salido a la puerta a gritar el menú y el precio,  jamás hubiera desayunado. Le conté que ese era el simple secreto del vendedor y que ella era una gran vendedora. Halagada y todo, me contó su historia inmediata. Y a su modo transcribo sin omitir el tono fascinante con que la mujer me doraba las tortillas y vertía la ensalada y las papas. 

Fíjese que yo trabajaba en otro lugar, la señora me pagaba cincuenta quetzales diarios, pero yo le llenaba el local, ofrecía, ponía toda la carne al asador, ofrecía, me gustaba saludar a los clientes, ya ve, así como darle lo que me pidieran, Pues va a ver que le pedí aumento, mire, le dije, a mí ya no me alcanza lo que me paga, auménteme algo, Pues no, dijo ella, y en no se quedó, Yo entonces le dije que ya no iba a trabajar, así que me pago algo y me dejó el dicho de que llegara el vienes por lo que faltaba, pues así hice, El viernes con el gran drama de que regresara, que me iba a pagar setenta y cinco quetzales, Pues yo pensé que era lo justo, aunque ya había buscado trabajo en otro lado y quedaron de llamarme, se da cuenta primor lo que siempre dicen ellos, Así que acepté y para esa misma tarde me llamaron del otro lugar donde me iban a pagar cien, Yo encantada la deje llorando a la buena mujer y al otro día me presente temprano, Preparaba carne, pollo, pescado y un señor, mire pues como es la vida, empezó a llegar solo por mí, almorzaba viéndome y yo ni me había dado cuenta por la clientela que iba y venía por el lugar, Si yo no llegaba él se iba a comer a otro restaurantito, Hasta que un día me saludo tan amable como siempre, pero me sentó a su mesa y me declaro su amor, me dijo que dejara de trabajar allí y que él me iba a poner un puesto propio para mí, Yo asombrada le dije que sí, y la verdad era un caballero el hombre, Así que le pusimos el nombre todo marchó bien, Pero mire como es la mala suerte, se murió, se murió a los seis meses que teníamos de vivir juntos, Estábamos comiendo cuando dijo Ay, ay, ay, y yo le pregunte riendo, qué, te pica el culo, y quesi no me respondió, cayó de la silla y allí si me asusté porque un espumarajo blanco y saliva le escurrió de la boca, Llamé al centro de salud y me dijeron que no atendían a domicilio, si, también llamé a la ambulancia y se lo llevaron, pero en el camino se les ahogo con esa  misma espuma, Pero entonces tengo este negocio de recuerdo de ese hombre cariñoso que se me murió del corazón.
Así fue como, asombrado por el buen almuerzo, que yo creía desayuno, me propuse escribir esta historia. Y por cierto comí en Argentina dentro de Venezuela.

UNA BOTELLA CON PARACAIDAS





Parece ser que la televisión es la enciclopedia de la modernidad. Los libros se vierten en films; de la poesía cotidiana se rescatan pequeños trozos de la vida y un productor los transforma en dramas. De tal suerte logramos ver el simple lino de una obra impecable repetida en diálogos con el mejor argot de Miami o de Cali.
Ayer, por ejemplo, pude ver Bel Ami de un escritor francés que tristemente murió un poco trastornado. En la versión del año 2012 de Declan Donnellan y Nick Ormerod, me parece sobresaliente que lograran un reparto de lujo, pero que en general, aún con la actuación milimétrica de cada uno, no se acerca para nada el ambiente francés, ya que el resultado es un drama norteamericano hecho en la pulcritud de Hollywood.
Lo extraordinario es que las pasiones que movieron a Guy de Maupassant a finales del siglo XIX nos son representadas hoy con una certeza tal que hasta parece que nuestro amigo francés la hubiera terminado de escribir hoy.

Picto—grafías

Hace años, Javier Payeras me dio el consejo de leer el ABC of Reading de un exiliado norteamericano en Paris, llamado naturalmente: Ezra...